12 septiembre 2006

Garzón :.



El llamado juez Garzón, un hombre de mundo, un hombre poderoso y notorio, un español (en Chile admiramos a los españoles como admiramos a cualquier patrón); se posó en estos días de jolgorio, sobre nuestra humilde nación.

Los rostros concertacionistas sonreían estúpidos tras los hombros anchos del padre protector. Los senadores y diputados se apelotonaban como niños para aparecer en la pantalla junto al hombre que procesó al dictador Pinochet.

¿Qué es lo que hace especial a Garzón? ¿Qué lo hace tan importante y grandioso, tan digno de la masturbación político-social de una nación como la nuestra?

Simple, ha hecho lo que la justicia chilena no pudo hacer, hizo que los cobardes corazones de los ciudadanos de nuestra patria se llenaran de emoción, al ver que el hombre que permitió la violación de la inocencia de este pobre país, quedaba confinado a la camisa a rayas de la gendarmería internacional de los medios de comunicación.

Con este tipo en Chile, lo único que deberíamos sentir es vergüenza; vergüenza de no haber sido capaces de procesar al asesino nosotros mismos, de confinarlo a prisiones oscuras como su corazón y el de sus hombres, hijos bastardos de Mussolini y del libido hambriento de sexo y muerte tan propio del militar alienado y despojado de consciencia, animal típico de esta larga y estrecha franja de tierra.

Deberíamos sentir vergüenza de no entender que Garzón simplemente es un juez, que cumple la función que debe cumplir todo juez al irritarse al órgano jurisdiccional con la amenaza y destrucción del mayor de los bienes jurídicos; la vida. Simplemente un hombre solidario con el tercer mundo, que hace su trabajo.


No asesinamos al asesino como debíamos hacerlo

No procesamos siquiera al traidor como debimos


Desde lejos las manos paternales de pueblos patrones, nos acarician con una brizna de justicia, una migaja de cordura, un coqueteo con el sentido común. Sintamos vergüenza, sintamos rabia; encubrir la impotencia de un pueblo alienado bajo la toga de un superhéroe de la justicia trasnacional es casi tan patético como vivir sabiendo que nuestros proletarios transitan aun sumidos en la ignorancia, en la avaricia, la cobardía y la desintegración del que desprecia su clase para adorar al dueño de la maquinaria que lo oprime.

Nuestro pueblo se desmenuza y ataca a sí mismo, se arrodilla a besar las botas y zapatos de charol de empresarios, militares y terratenientes; nuestro pueblo es manipulado y convencido de la existencia de una casta social ascendente llamada clase media, antídoto definitivo a todas las amenazas revolucionarias de la clase trabajadora. Para más remate, nuestro pueblo es sometido a la idea de superioridad de los pueblos dueños de la historia, los medios de producción y la verdad, a la costumbre de una incapacidad impuesta que pesa pendulande sobre nuestra tierra. El hombre medio, alienado e ignorante de si mismo, se abraza a su familia, y cree que el cambio que pasa por él, repercutirá unicamente entre los suyos, únicos herederos de su esfuerzo; no comprende que salir de la pobreza significa reconocer la pobreza y trabajar para eliminarla como concepto, sino que sólo se hace responsable de elevar a los suyos a una pequeña burguesía carroñera, de televisores, autos y productos envasados en Europa.

Desde la apatía y la sumisión, toda posibilidad de encarar a quienes creen en el dominio del hombre sobre el hombre, en la propiedad y en la opresión, será unicamente tierra muerta, tierra que cae pulverizada entre los dedos cansados de otros anónimos más, que llorarán la imposibilidad de traducir a la vida sus sueños de libertad.

Agradezcamos a Garzón, pero no por darnos el pescado sin enseñarnos a pescar, sino por enrostrarnos con cada pisada sobre las baldosas del Arturo Merino Benítez, que fueron otros los que hicieron la justicia que correspondía a nuestros tribunales, que fueron otros, los asesinos colonialistas de ayer, e imperialistas del mercado de hoy, los que dieron una pisada, que si bien es precaria, nosotros jamás pudimos dar. Sobre todo, si en realidad queremos agradecer, hagámoslo por que en su mirada de padre preocupado, Garzón nos escupe reiteradamente: que nunca más debemos permitir que los cerdos manoseen nuestra libertad :.


No robes: Recupera

No les metas ruido que no escuchan: sabotealos, déjalos en evidencia

No salgas a jugar con fuego: Quema el capital, ahora.

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